Era inevitable que todo el país
se hiciese eco de la muerte de José Luis Sampedro. Economista, humanista, miembro
de la Real Academia Española y tremendamente comprometido, contrarrestaba la
fragilidad del paso de los años con la firmeza de sus palabras y actos.
Conocí a Sampedro a través de sus
libros, y como escritor quiero recordarlo. Por supuesto, La Sonrisa Etrusca
fue el primero. La historia de Bruno, el campesino calabrés, que recupera la
ilusión al final de sus días a través del amor de una mujer pero, sobre todo, a
través de su nieto, el pequeño Brunettino. Probablemente una de las historias
más hermosas jamás contadas, con esa sencillez que le caracterizó en todos los
aspectos de su vida. Una historia que no deja nunca de emocionarme.
Después leí La Vieja Sirena,
la historia que me transportó a aquella Alejandría mágica, donde todo era
posible. Contaba Sampedro en una entrevista que, cuando había publicado esta
novela, un crítico le había dicho que se había inspirado claramente en autores
como Waltari. Él se reía: había crecido leyendo a Homero, ¿Acaso necesitaba otras
influencias?
Luego vinieron otros libros,
donde descubrí que Sampedro no era sólo un escritor amable, sino de gran
profundidad. Todavía recuerdo lo que me hizo sufrir con Octubre, Octubre,
su creación total en torno al amor, a la vida, al ser humano ("Si no fuera
por amor, ¿cómo podría existir nada?"). Descubrí al autor preocupado por
el erotismo y sus múltiples facetas en El Amante Lesbiano. Al que nos
obligaba a recordar la historia para no repetir los errores del pasado en el
precioso libro Los Mongoles en Bagdad. El anciano que se dejaba
traslucir entre las páginas de La Sombra del Drago, libro cuya
dedicatoria siempre me hace sonreír (“Con viva simpatía”, escribió, como si
algo en este escritor careciese de vida). Dejó también escritas valiosas
lecciones que no pretendían serlo. Una de ellas, el maravilloso relato pausado
de su vida que es Escribir es Vivir. Otra, el diálogo que mantiene con
Valentín Fuster en La Ciencia y la Vida.
Dos libros suyos he dejado para
el final, por razones distintas. El primero, uno de sus últimos textos
publicados, el prólogo que escribió para el que, posiblemente, sea el
manifiesto de esta época, ¡Indignaos! de Stéphane Hessel. “Debemos
resistirnos a que la carrera por el dinero domine nuestras vidas” escribe
Sampedro, y en sus palabras puedes oír al autor, sentado en casa, hablándote
con tranquilidad y firmeza. El otro, el último de sus libros que leí, la novela
que tardó casi 20 años en escribir. El Río que nos lleva fluye con las
aguas del Tajo, avanza a través de pueblos olvidados, de los caminos que él
mismo recorrió a pie para, de forma pausada, ir escribiendo cada línea de esa
historia. Un libro que emociona en su aspereza, en su rotundidad.
El legado de
un escritor reposado que nos dejó claro que lo importante de la vida, era
vivirla.
4 comentarios:
Estoy acabando La sonrisa etrusca y ha sido una excelente elección. No esperaba tanta delicadeza y amabilidad en las palabras de este escritor. Sin duda, leeré algo más de este autor.
La verdad es que es un libro precioso y muy recomendable. ¡Me alegra que te guste!
Escritores que emocionan en cada una de sus palabras.
Gracias por este precioso recorrido por su obra!
Me alegro mucho que te haya gustado Ana. Tenemos la suerte de tener su obra.
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